jueves, 26 de septiembre de 2013

GARCIA MARQUEZ LA SIESTA DEL MARTES ENSAYO LIBRE


Montse Pazmiño
00109349
El Cuento Fantástico
2013.09.25

La siesta del martes
Los funerales de la Mamá Grande (1962)
Gabriel García Márquez
(Aracata, Colombia 1928—)

         “El tren salió del trepidante corredor de rocas bermejas, penetró en las plantaciones de banano, simétricas e interminables, y el aire se hizo húmedo y no se volvió a sentir la brisa del mar. Una humareda sofocante entró por la ventanilla del vagón. En el estrecho camino paralelo a la vía férrea había carretas de bueyes cargadas de racimos verdes. Al otro lado del camino, en intempestivos espacios sin sembrar, había oficinas con ventiladores eléctricos, campamentos de ladrillos rojos y residencias con sillas y mesitas blancas en las terrazas entre palmeras y rosales polvorientos. Eran las once de la mañana y todavía no había empezado el calor.”

Con este párrafo lleno de ritmo y colorido  Gabriel García Márquez nos introduce en su cuento “La siesta del martes”, calificado por él como su mejor cuento. Cuenta el autor que este cuento fue escrito de un tirón y se inspiró al ver a una madre y su hija caminando toda vestidas de un luto riguroso.
Investigando en internet me he quedado impresionada con la cantidad y variedad de comentarios, análisis, ensayos, opiniones que se encuentran sobre este cuento, se lo somete a una observación detallada, me dió la sensación que manos invisibles lo alzaban y lo metían en un scanner donde se lo revisaba en cada una de sus capas, como  rebanando un pedazo de pastel al que se trata de auscultar todos los ingredientes de que está compuesto, en lugar de saborearlo y disfrutarlo. Es aturdidor, te inhibe al momento de escribir porque piensas que todo está dicho, que no tiene sentido volver a decir lo que se ha dicho, y si a esto se suma el miedo que puede dar el hacer plagio el desconcierto es total.
Venciendo estas dificultades he decidido centrar este ensayo en el que para mí, luego de pensarlo mucho, es el tema del cuento: El luto, pero no estoy hablando de un luto en general, estoy hablando del luto de una madre por la muerte de su hijo. Estoy segura que me direccioné en ese sentido por mi condición de madre, porque cuando una escucha las vicisitudes que pasa una mujer por su hijo, de cierta manera se siente identificada y cómplice de su dolor.
Por los datos del autor me imagino a una madre viviendo en un lugar lejano del pueblo al que llega el tren, un día cualquiera sin imaginárselo (o lo presentía?) recibe  la noticia de la muerte de su hijo mayor. Esta noticia llega  con retraso cuando es  seguro que el hijo ya tiene varios días de muerto. Que dolor, que angustia puede haber sentido al saber que su hijo querido murió tan lejos de ella y en circunstancias desconocidas hasta el momento. Recibe la noticia y lo primero que hace, casi sin pensarlo,  es junto a su hija emprender el viaje para ir hasta un pueblo en medio de la nada  para visitar a su hijo. Sabemos también que es una persona de escasos recursos y que tomó la alternativa más económica para viajar, ni siquiera empacó una mudada, solo metió en una bolsa plástica algo de comer, compró unas flores, como un símbolo de su cariño, para llevar a su hijo y emprendió el viaje.
“Eran los únicos pasajeros en el escueto vagón de tercera clase.”
Viéndolo fríamente tal vez pueda parecer extraño que una madre realice este viaje tan forzado para estar unos minutos ante la tumba de su hijo, pero yo lo veo como una manera de cerrar un círculo. Son acciones que aunque parezcan simples formalidades son parte de nuestra cultura y deben ser respetadas. Cuando un ser querido muere para lograr superar ese dolor se debe  seguir un proceso, por lo general una larga enfermedad te prepara para ese momento, luego se siguen ciertos ritos que son piezas claves  para separarse del ser amado y dejarlo ir. Se debe destinar un momento para estar a solas con él, vestir el cadáver antes de encerrarlo en un ataúd por una eternidad, asistir a la velación, llorarlo, acompañarlo en su entierro, vivir el duelo, esas son ceremonias que nos dan la base para comenzar el camino hacia el consuelo.
“Ambas guardaban un luto riguroso y pobre.”
Admiro a la mujer del cuento porque aun solo sabiendo que se apellida Ayala, por el papel que ella juega en la historia puedo ver su valor y fortaleza. Una mujer como muchas otras, criando sola a sus dos hijos, sin recursos económicos pero con mucha entereza. Esas heroínas ocultas de quien nadie habla y que no pasan a la historia pero que día a día realizan acciones sobrehumanas sin saberlo, sin ser reconocidas. Mujeres que aprendieron que en la vida las lágrimas no solucionan los problemas, resignadas porque si se quejan no hay quien las oiga, que viven a la sombra, viven en una ciudad de la que no forman parte, invisibles ante el mundo, sin edad definida, pequeñas, sin forma, con la fortaleza de seguir adelante sin esperanzas porque “así es la vida que me tocó vivir”.

La veo, sentada en ese tren, emprendiendo un viaje interminable, el peor viaje que una madre pueda realizar, el viaje hacia el encuentro del hijo muerto. Acompañada de su hija de doce años, de quien, según nos dice el autor no parecía su madre porque aparentaba mucha más edad. Quieta, muy recta, sin decir palabra, con un tumulto de pensamientos y sentimientos que no logra exteriorizar, con la amargura y la incertidumbre de lo que pueda pasar. Sabe que se tendrá que enfrentar no solo al calor reverberante de ese pueblo bananero, eso será lo de menos, siempre habrá almendros que le den sombra, sino al murmullo y al juicio de los habitantes y las autoridades del lugar. Ella será señalada con el dedo, ella es la madre del ladrón, la culpable, la madre negligente que no supo educar a sus hijos y como consecuencia de su falta de carácter está ahora su hijo bajo tierra. Pero, que saben ellos de su vida, de lo que pudo pasar, porque tienen que opinar sin haber conocido a su muchacho. El era bueno, velaba por su hermana y por ella, no le importaba que hacer con tal de conseguir comida para su familia, se sentía el responsable y el hombre de la casa, era su apoyo. Como en una pantalla panorámica sabía lo que le esperaba, cruzar el pueblo a las dos de la tarde, a la hora de la siesta y llegar a la casa del cura, donde no sería bien recibida y además tendría que exponerse a su mirada inquisidora. No importaba, hace tiempo que había dejado de creer en estos hombres que se decía representantes de la iglesia. No, su iglesia era otra, la del vecino que se apoya en los momentos de necesidad, la del hijo que sale a robar por dar de comer a su hermana, aún a sabiendas que corre un gran riesgo, la de las mujeres que se quitan el pan de la boca para dar a un niño hambriento, la del prójimo que da cobijo a su hermano  sin tener recursos, ella conocía la solidaridad de los pobres que dan de lo poco que tienen, esa era su iglesia, no la del cura incapaz  de mostrar piedad ante su dolor y que además le exige una limosna para su iglesia a ella que tuvo que hacer milagros para conseguir el dinero para ese viaje.
No importaba, lo que tuviera que pasar ella llegó al pueblo con un objetivo claro, para darle un último adiós a su hijo, y lo hará con la entereza que la ha caracterizado siempre, y caminará erguida y con orgullo ante cientos de ojos curiosos porque ella no va a visitar la tumba de un ladrón ella va a llevar flores a la tumba de su hijo querido.

“Tomó a la niña de la mano y salió a la calle.”

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