Quito, 1º de agosto del 2013
Para mi escribir y cocinar son
actividades parecidas, una terapia que me ayuda no solo a relajarme sino a
poner en orden mis ideas y mis locos pensamientos, lograr establecer una rutina
de cualquiera de las dos, es diferente y muy difícil. Si tuviera que cocinar
por obligación no sé si lo disfrutaría tanto y lograr escribir un artículo una
vez a la semana exige más disciplina de la que creía y no es por falta de temas
o ideas ya que estos siempre hay, hasta
creo que son demasiadas, lo que me falla es la concentración.
Estoy con una tos muy fuerte que me dura ya varios días, en un principio crei que sería la típica gripe que tiene su evolución y en tres o cuatro dias estás curada sin hacer mayor cosa, pero no, esta tos esta durando mas de lo previsto y el malestar que causa es mucho. Sé exactamente cuando me enfermé, estoy segura, lo sentí, es como dice el sabio pueblo "el mal" me entró en el cuerpo.
El 18 de julio fue la ceremonia
de graduación de mi hija Carolina, por cambios en el Ministerio de Educación se
dio que, a diferencia de otros años, el último acto fue esta ceremonia cuando
por lo general es la fiesta. Comenzó con una misa a las 9.30 de la mañana y
luego con el programa clásico de entrada de los graduados, himno del Ecuador y
los infallables discursos. Carolina es
mi cuarta hija por lo que he asistido a estas ceremonias y otras parecidas como jura de la bandera,
etc. varias veces. Siempre las he disfrutado porque estaban en ellas mis hijos,
son etapas que se cumplen y se cierran y porque es parte de la vida de ellos.
Esta vez fue diferente, no solo que la disfruté, la sentí, tanto que mi cuerpo se abrió al mundo y estuve tan frágil que "el mal" pudo entrar en él. Es difícil describir
que me sucedió, desde que comenzó la ceremonia religiosa fue como que todos mis
sentidos se abrieran al máximo y comenzaran a captar lo que sucedía alrededor
con una susceptibilidad inimaginable.
Pero no fueron solo mis sentidos, fue todo mi cuerpo, mis pensamientos los que
comenzaron a flotar como si tuvieran la capacidad de viajar en el tiempo
yendo y viniendo sin darme tregua entre
el pasado, futuro y presente. Como en una pantalla gigante aparecieron ante mi
varias escenas de mi vida todas ligadas a la de mis hijos. Tantas alegrías y
motivos de orgullo dadas por su parte y tanta angustia sentida por la falta de
dinero y las mil necesidades que pasábamos. Cuantas veces fui a ese colegio con
el estómago encogido, repasando el diálogo mil veces para convencer al Director
que me dé un plazo mayor para pagar las pensiones, siempre fueron muy
comprensivos pero todo tiene un límite y muchas veces tuve que decirles a mis
hijos: “mejor falten ahora, porque no he pagado las pensiones y les van a sacar
de clase”.
Cantan en la ceremonia una
canción muy linda y conocida que me lleva en el tiempo aún más atrás a mi
propia época de colegio.
“Señor, me has mirado a los ojos,
Sonriendo has dicho mi nombre….”
No puedo contener las lágrimas es
inevitable, lloro y no puedo parar, trato de disimular pero es más fuerte que
yo, lloro como una niña, hasta con suspiros. Surgen en mi sentimientos encontrados, ese pesar que
estoy segura que lo comparten todos los padres del mundo al ver a sus hijos
crecer, pero que no por ser compartido no deje de sentirse en la piel y el otro
ese orgullo, alivio y satisfacción que se siente al saber que tu hijo dio un
paso más, en este caso con mucho éxito, y que va convirtiéndose en una persona…persona
que aunque con falsa modestia no lo quieras admitir tu participaste en esa
transformación. En un intermedio recorro el colegio con añoranza y pienso que es
la última que estoy en este lugar, observo con cariño a los compañeros de Caro,
a la mayoría los conocí desde pequeños y les he visto crecer. Ahora cada cual
tomará un rumbo diferente y solo me queda desear que todos escojan el mejor
camino. Siento nostalgia, siento tristeza, mientras los graduados fueron
cambiando y creciendo yo también enfrente mi propia lucha y mis propios miedos y al igual que ellos soy muy diferente de
aquella mujer que por primera vez vino a
este colegio a encargar a lo más querido en
la vida sus hijos.
“Tú sabes bien lo que tengo, en mi barca no hay oro ni
plata, tan sólo redes y mi trabajo.”
Debo ser una de las madres de familia
mayores, no en vano Caro es mi última hija y me alegro, tengo ahora toda la
experiencia , las cicatrices y la sabiduría que te regala la vida y tengo la
certeza que aunque a mi Caro ya no podré
solucionarle sus problemas ni llevarle de la mano como una niña, eligió irse a
estudiar afuera, ella está preparada para enfrentar lo que le ponga la vida y sabrá
tomar las decisiones correctas y sentirá que aunque se vaya muy lejos siempre podrá
contar con todo el apoyo y el amor de su familia .
“Tú necesitas mis manos, mi cansancio que a otros descanse, amor
que quiera seguir amando.”